«Todo fluye, todo cambia, nada permanece», nos advirtió Heráclito hace ya 2.500 años. Y es verdad. Así ha sido siempre y así lo será siempre.
Sin embargo, el cambio que estamos experimentando en la actualidad no tiene parangón alguno con lo que ha sido la historia de la sociedad. Y en momentos en que muchos jóvenes se aprestan a iniciar sus estudios es imperioso detenerse a reflexionar sobre ese futuro, ya que tendrá una incidencia directa en el desarrollo de su vida laboral.
Por una parte, es difícil saber con certeza qué actividades dejarán de existir dentro de unos años. Sin embargo, la velocidad de los cambios tecnológicos y los nuevos modelos de trabajo están provocando que haya muchos perfiles en peligro de extinción y otros tantos que ya no trabajan como lo habían hecho hasta ahora.
Algunos se han aventurado a anticipar que el 50% de las actuales profesiones no existirán en el futuro cercano. Y ello no solo comprende trabajos mecánicos, sino que algunos muy sofisticados. La contraparte es que un porcentaje equivalente de profesiones no se ha creado todavía.
Por otro lado, en la medida que la sociedad ha ido avanzando más rápidamente se ha hecho más evidente lo poco deseable de una educación exclusivamente profesional. Hoy es imposible dominar toda la información. Porque en el ejercicio hipotético de que pudiéramos hacerlo, lo probable es que en poco tiempo ella esté obsoleta.
Las dos razones anteriores hacen que tenga cada vez más valor una educación en las llamadas artes liberales como una poderosa herramienta que complemente la formación profesional.
Las artes liberales contemplan el estudio integrado de diversas disciplinas filosofía, literatura, ética, entre otras— que se mantienen inalterables en el tiempo.
Así lo han comprendido las principales universidades del mundo y es lo que explica que los mejores estudiantes estudien en colleges de artes liberales. Así por ejemplo, en listados Unidos los estudiantes que salen del colegio no entran a una carrera como en Chile, sino que estudian por cuatro años una formación general.
La universidad no se puede sustentar solamente en la transmisión de conocimiento. Menos en el contexto actual. El objetivo principal de la educación superior debe ser la entrega de una rigurosa formación intelectual que permita comprender la disciplina de su profesión y —al mismo tiempo— personas que tengan también las herramientas para vivir su libertad en un mundo complejo.
Precisamente, uno de los objetivos centrales de los cursos de artes liberales apunta a que los estudiantes superen el enfoque fragmentario del conocimiento y desarrollen una visión integradora, una visión de «sistema», donde las conexiones y las mutuas influencias entre las partes juegan un rol central.
De ahí la expresión «pensamiento complejo»: pensamiento que busca el conjunto, la visión global. Algo que en el pasado, en el presente y en el futuro será crucial para desenvolverse en cualquier tipo de actividad.